El desarrollo urbano y las normas sociales relativas a la infancia han hecho que las calles de las ciudades ya no sean lugares aptos para niños y jóvenes. Gill Valentine ha explicado que este cambio se ha visto alimentado por nuestra división de los niños en dos categorías: “ángeles” y “demonios”.
Describe cómo, por un lado, se considera que los niños son demasiado pequeños, vulnerables e inocentes para deambular y jugar en espacios urbanos debido al tráfico, el “peligro de los extraños” y otros riesgos. Por otro lado, los adolescentes se consideran una amenaza pública y no se les debe permitir pasear por las calles con sus bicicletas, monopatines y, presumiblemente, malas intenciones.
Estudios posteriores han seguido explicando cómo este tipo de representaciones ha provocado la exclusión de los niños de los espacios públicos en el complejo entramado de la gobernanza urbana, la vida pública y la crianza de los hijos. El movimiento y el juego autónomos de los niños en las ciudades ha disminuido constantemente en las últimas décadas. A su vez, los niños y jóvenes están cada vez más secuestrados en casas, coches o espacios institucionales para la educación y el juego controlados por adultos.
Cerrar las calles a los niños es una mala política
Muchos expertos y grupos de interés han expresado su preocupación al respecto y han explicado por qué cerrar las calles a los niños es una mala política. Los niveles de actividad física de los niños son alarmantemente bajos y limitar su sensación de seguridad y autonomía también perjudica su bienestar mental y social. Estas tendencias están poniendo en peligro la salud de toda una generación y comprometiendo su capacidad para sostener sociedades y economías con altas tasas de dependencia.
Al mismo tiempo, como señalan a menudo los estudiosos de la infancia, los niños no son meras “inversiones de futuro” o “adultos del mañana”. También son personas con derechos actuales a la ciudadanía, a la participación y a la autonomía en su entorno vital.
Viejos y nuevos movimientos por una ciudad amiga de la infancia
Sin embargo, hay muchos ejemplos en la historia moderna de cómo la gente se ha resistido a la exclusión de los niños de las calles. Uno de los más notables fue el movimiento Stop de Kindermoord (“Detengamos el asesinato de niños”) en los Países Bajos a principios de la década de 1970. Su objetivo era frenar las muertes de niños en accidentes de tráfico, que en aquella época habían alcanzado el nivel más alto de Europa.
El movimiento organizó manifestaciones, presionó a los responsables políticos para que aprobaran medidas legales y urbanísticas y creó espacios seguros mediante la acción directa y el urbanismo táctico. Con éxito: la seguridad infantil escaló puestos en la agenda pública, y los activistas siguieron desempeñando un papel importante en las políticas de tráfico durante más de una década. Sin embargo, con el tiempo fueron marginados y el peligro del tráfico se restableció como parte “natural” de la infancia urbana.
Medio siglo después del movimiento Stop de Kindermoord, asistimos a otra oleada de activismo que recorre todo el planeta, pero especialmente Europa. Se utilizan estrategias antiguas y nuevas, pero el mensaje es similar: se busca un cambio sistémico, no campañas de concienciación sobre la seguridad vial.
Promover los chalecos de seguridad, los cascos y la sensibilización de los niños hacia la presencia de coches no son formas de frenar la violencia del tráfico, sino de mantenerla, ya que descargan la responsabilidad en los niños y los padres individualmente. En su lugar, los activistas movilizan a comunidades enteras y utilizan manifestaciones y experimentos locales para ofrecer a la gente experiencias concretas de cómo las ciudades podrían ser diferentes.
Pasar a la acción hoy en día
Kidical Mass es una protesta urbana de padres, educadores y niños que está en constante crecimiento y organiza manifestaciones en bicicleta en ciudades tanto pequeñas como grandes. En 2022 reunió a más de 90 000 niños, jóvenes y familias durante dos fines de semana en más de 400 localidades de toda Europa.
Los organizadores afirman que Kidical Mass es un experimento que permite a la gente ver los espacios de la ciudad bajo una luz diferente y convertir estas experiencias en reivindicaciones políticas.
El efecto político del movimiento se pudo ver recientemente en Alemania, donde la Conferencia de Ministros de Transporte apoyó una reforma de la ley nacional de tráfico rodado basada en una petición entregada por activistas de Kidical Mass en 2022.
BiciBús es otro movimiento en expansión. El objetivo es sencillo: proporcionar a los niños un grupo guiado para ir en bici al colegio con una ruta predefinida a una hora determinada. Suelen funcionar una vez a la semana, con el objetivo de desarrollar el hábito de ir en bicicleta en familias y comunidades enteras. Pedalear en grupo no es sólo una forma segura de moverse, sino también divertida, y una manera de manifestarse a favor de las ciudades amigas de los niños.
La idea no es nueva, pero en los dos últimos años el número de bicibuses ha crecido rápidamente, sobre todo en Europa, gracias a las redes sociales.
Las calles escolares y de recreo también son un factor importante en la nueva actividad cívica. Los grupos de defensa local (véase, por ejemplo, Playing Out en el Reino Unido) están movilizando a las escuelas y comunidades locales para crear estos espacios urbanos abiertos, inclusivos y seguros. A menudo se trata de abrir ciertos tramos a los niños limitando el tráfico rodado. En algunos lugares, la colaboración con los responsables políticos y los planificadores urbanos ha dado lugar a cambios permanentes.
Los promotores de la campaña afirman que, a largo plazo, las calles escolares y las calles lúdicas deberían estar conectadas entre sí para crear redes de movilidad amplias, seguras e integradoras.
¿Cómo avanzar?
En muchos aspectos, los actuales movimientos cívicos a favor de las ciudades amigas de la infancia continúan la labor de sus predecesores. Al reclamar espacios urbanos, introducir experimentos dirigidos por los ciudadanos y movilizar a un gran número de personas, ofrecen oportunidades para ver y pensar en futuros alternativos. Lo que quieren –pero sólo está empezando– es tener impacto directo en procesos, iniciativas y marcos más institucionales.
Aun así, en relativamente poco tiempo han dejado huella. Mientras que las infraestructuras físicas pueden tardar en cambiar, la forma en que las comunidades las utilizan puede variar mucho más rápido. La creciente preocupación por el bienestar de los niños, unida a la necesidad de una transición urgente hacia la sostenibilidad del transporte urbano, proporciona a los movimientos un nuevo impulso.
Seamos o no testigos de un gran cambio de paradigma, parece que en algunos aspectos los activistas ya han ganado. Con los bicibuses, las manifestaciones y las calles tranquilas no sólo exigen un mañana mejor, sino que ya lo están viviendo.
Jonne Silonsaari, Doctoral Researcher in Urban Planning, University of Amsterdam; Gemma Simón i Mas, Estudiante de doctorado, Universitat Autònoma de Barcelona; Jordi Honey-Rosés, Urban planning, Universitat Autònoma de Barcelona y Marco te Brömmelstroet, Professor in Urban Mobility Futures, University of Amsterdam
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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