Hace unas décadas los estudiantes se reunían en grupos para caminar hacia la escuela sin necesidad de la supervisión de un adulto. En la actualidad, es cada vez más común que los niños y niñas sean trasladados en coches o autobuses hacia sus centros escolares. Esta dinámica ha reducido su autonomía y transformado sus viajes en situaciones pasivas bajo una vigilancia constante.
Es cierto que el detrimento de la actividad física puede tener consecuencias negativas para la salud de los menores, como el aumento de la obesidad infantil. No obstante, esta transformación en los hábitos de transporte también tiene implicaciones más allá de la salud. De hecho, la constante supervisión de una figura adulta puede limitar el desarrollo de la autonomía personal y la capacidad de resolución de conflictos en los niños y niñas.
Madurez y responsabilidad
Varios autores han demostrado que los caminos escolares activos y autónomos mejoran aspectos como la conciencia espacial, la toma decisiones, la concentración escolar y mejoran el conocimiento sobre su entorno, lo que fomenta su madurez y responsabilidad.
Además, esta práctica no afecta únicamente al desarrollo físico y personal de los menores, sino que tiene influencia también en su desarrollo social. Esto se debe a que los momentos en los que se sienten libres y seguros son los mejores para crear un ambiente de aprendizaje y establecer relaciones saludables.
Sentimiento de pertenencia
Más allá del problema medioambiental que supone el cambio de hábitos en el transporte (y al aumento de los desplazamientos en coche o autocar), la disminución de tiempo que los niños dedican a diario a caminar por su barrio supone una falta de apego y sentimiento de pertenencia.
A su vez, dicha falta tiene consecuencias en la vida personal y social de los menores. De hecho, se ha demostrado que caminar de forma libre por el barrio es beneficioso para que desarrollen mejores relaciones con su entorno y las personas que lo habitan, así como para crear lazos con el lugar en el que viven.
Al no recorrer las calles a diario o no conocer los comercios y comerciantes que les rodean, pierden una oportunidad valiosa de conectar con su comunidad y de sentirse parte de ella.
La percepción de las familias
Como suele ocurrir, estos nuevos hábitos son al mismo tiempo una consecuencia y una causa de que los entornos por los que se mueven los escolares sean menos seguros y adecuados para ellos de lo que han sido en el pasado.
La densidad del tráfico, los puntos negros e incluso la falta de espacios verdes pueden hacer que muchas familias cuestionen la seguridad del camino hacia la escuela. En este sentido, la percepción de peligro de las familias es uno de los elementos decisivos para la elección del modo de viaje a la escuela. Los adultos responsables son, en definitiva, los que deciden si los estudiantes pueden ir caminando solos a colegios e institutos.
Vías seguras, procesos participativos
Por ello, es primordial que las instituciones se involucren y comprendan la necesidad de crear vías seguras para los viajes autónomos y activos. Son modificaciones de la ciudad que pueden realizar mediante procesos participativos.
Dichos procesos son el momento idóneo para escuchar a las familias (adultos y menores) y hacerlos protagonistas de las decisiones municipales.
Proyectos en marcha
En varios municipios, instituciones y centros escolares se están llevando a cabo proyectos que fomentan los viajes autónomos y activos de los menores, con resultados muy positivos. En concreto, en España, existen numerosos ejemplos con resultados positivos para la infancia y la sociedad en general.
Uno de ellos es Haurren Hirien Sarea (Red de Ciudades de los Niños y Niñas), mediante la cual se ha puesto en marcha el proyecto Eskolara Lagunekin (“A la escuela con amigos y amigas”) en diferentes municipios de la comunidad autónoma vasca. A través de esta iniciativa, en municipios como Leioa o Bilbao, miles de niños y niñas son protagonistas de proyectos para la movilidad autónoma y los caminos escolares.
Transformación social desde el entorno cercano
Sin embargo, muchas de estas iniciativas carecen del reconocimiento social necesario para unos resultados relevantes. Por ello, se debe hacer un mayor esfuerzo para popularizar los proyectos de movilidad autónoma y ofrecer mayor visibilidad a los proyectos existentes. De esta manera, las familias y la sociedad en general serán más consciente de la relevancia de la autonomía infantil y los viajes activos a la escuela.
Los trayectos a las escuelas se presentan como una oportunidad valiosa para que niños y niñas desarrollen tanto sus habilidades físicas, personales y sociales, así como para un cambio en el protagonismo de la infancia en el conjunto de la sociedad.
Idoia Legorburu Fernández, Researcher, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea; Israel Alonso, profesor en el departamento de Didáctica y Organización Escolar en la Facultad de Educación, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea; Nahia Idoiaga Mondragon, Profesora del Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Facultad de Educación de Bilbao, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea y Naiara Berasategui Sancho, Profesora en el Departamento de Didáctica y Organización escolar, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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