«La fotografía es una moda a punto de terminar, gracias en parte a la popularización de la bicicleta.» Así pensaba Alfred Stieglitz en 1897. Considerado el precursor de la fotografía artística, a Stieglitz no es que le importara mucho la bicicleta, sino que tenía la esperanza de que cuando la fotografía dejara de ser una «moda», por fin adquiriría un estatus de «arte», ya que en aquellos años la mayor parte de los pintores despreciaban la fotografía por considerarla mecánica. Para tranquilidad de Stieglitz -y en gran medida, como resultado de su propia terquedad- con el paso de los años la fotografía comenzó a ganar lugares en museos de arte y galerías, mientras las bicicletas continuaron su vertiginosa existencia.
Y no era para menos. La bicicleta es una de las invenciones que mayor impacto han tenido en la historia. Se trata de una máquina con un nivel de eficiencia insuperable que consigue la máxima relación esfuerzo/trabajo de todos los medios de transporte; se ha calculado que manteniendo una rapidez promedio de 17 kilómetros por hora, un ciclista requiere entre 3 y 4 veces menos energía por kilómetro que una persona a pie; se estima que las bicicletas son hasta 50 veces más ligeras que los automóviles -además de que no contaminan- y que para su fabricación se requiere 300 veces menos materia prima que para fabricar un automóvil. Según los cálculos, por las calles del mundo rondan unos mil 600 millones de bicicletas. Esto es, existen más bicicletas que automóviles en nuestro planeta.
El barón y el velocípedo
La historia de la bicicleta es cuento largo. Por comenzar en alguna parte, podríamos recordar que Karl Friedrich Christian Ludwig Freiherr Drais von Sauerbronn, mejor conocido simplemente como Karl Drais, toda su vida quiso revolucionar el mundo de la locomoción, construyendo un vehículo que estuviera tan bien diseñado como para multiplicar la fuerza del cuerpo humano para desplazarse. Con indestructible empeño alemán lo intentó con más fallas que aciertos. En el camino, inventó máquinas para escribir partituras (sin mucho éxito) y máquinas para moler carne (con mejores resultados) entre otras. Cuando estuvo a punto de abandonar la idea de mover a los humanos rápidamente sin ayuda de ningún otro animal, tuvo una idea genial. Así que el 12 de junio de 1817, en la ciudad de Mannheim, Alemania, presentó el primer «vehículo de propulsión humana», el cual básicamente era una plataforma con una rueda delantera y otra trasera sobre la cual había que sentarse y luego… ¡caminar! A este artilugio lo llamó «velocípedo», pero con los años se le reconocería como «draisiana», en honor a su inventor.
Cada quien su invento
Al principio de su existencia, la «draisiana» tuvo un importante éxito, así que inmediatamente hubo todo un ejército de interesados en inventar mejoras para el novedoso vehículo. Una de las mejoras más significativas se la debemos a un herrero francés, Pierre Michaux, que en 1868 inventó los pedales para el velocípedo. De esta manera, se conseguía impulsar con mayor efectividad la rueda delantera, obteniendo mejores resultados. Algunos años después, un inventor inglés llamado Henry Lawson ideó el sistema de transmisión por cadena, colocándola en la rueda trasera y uniéndola con unos pedales localizados al centro de su máquina, a la que bautizó «Byciclette». Por fin, una máquina que no necesitaba la fuerza de ningún animal (extra) para desplazarse.
Tecnología y democracia
Para muchos historiadores, la relevancia de la bicicleta radica en al menos dos puntos: por su precio y utilidad, las bicis se convirtieron en una de las máquinas con mayor difusión y penetración popular, «inaugurando una nueva época para las masas trabajadoras»; pero además de movilidad, la bicicleta también aportaba libertad, evasión y fantasía, por lo que rápidamente se convirtió en estandarte de la lucha por los derechos de las mujeres, quienes en un principio fueron relegadas del uso de las bicicletas, bajo el argumento de que «se veían mal». Ciertamente, hubo una serie de importantes modificaciones en el vestuario de las mujeres, luego de severas disputas, como aquella protagonizada por las estudiantes de Cambridge, en 1897, a favor de la admisión de mujeres en el bachillerato y que portaban como efigie una mujer montada en una bicicleta.
Herederos de la bicicleta
En el «Manifiesto técnico de la pintura futurista», un grupo de artistas proclamó el nacimiento de una nueva manera de arte, el futurismo inspirado en la idea de que: «… Todo se mueve; todo corre; todo se torna veloz. La figura nunca está inmóvil ante nosotros, sino que aparece y desaparece incesantemente. Por culpa de la permanencia de la imagen en la retina, las cosas en movimiento se multiplican, se deforman, sucediéndose, como si de vibraciones se tratara, en el espacio que recorren. Así, un caballo a la carrera no tiene cuatro, sino veinte patas, y sus movimientos son triangulares. En el arte todo es convención, y las verdades de ayer son hoy, para nosotros, puras mentiras«.
Justamente ese sensación de movimiento y vitalidad es uno de los muchos puntos de contacto entre el arte y la ciencia, que en la bicicleta encuentra un ejemplo como detonante e inspiración. Escribió Rafael Alberti:
A los 50 años, hoy, tengo una bicicleta.
Muchos tienen un yate
y muchos más un automóvil
y hay muchos que también tienen un avión.
Pero yo,
a mis 50 años justos, tengo sólo una bicicleta.
He escrito y publicado innumerables versos.
Casi todos hablan del mar
y también de los bosques,
los ángeles y las llanuras.
He cantado las guerras justificadas,
la paz y las revoluciones.
Ahora soy nada más que un desterrado.
Y a miles de kilómetros de mi hermoso país,
con una pipa curva entre los labios,
un cuadernillo de hojas blancas y un lápiz
corro en mi bicicleta por los bosques urbanos,
por los caminos ruidosos y calles asfaltadas
y me detengo siempre junto a un río
a ver cómo se acuesta la tarde y con la noche
se le pierden al agua las primeras estrellas.
Pero los físicos George Gamow y Carl Sagan también usaron la bicicleta como analogía para explicar conceptos científicos. Así como los futuristas argumentaban en su manifiesto que el mundo moderno estaba dominado por la sensación de dinamismo, es decir, que la sensación de movimiento hace que las cosas cambien su forma de ser, deformándose, George Gamow creó un personaje llamado «Mr. Tompkins» quien a lo largo de diferentes episodios oníricos va descubriendo cómo funciona el universo; para explicarse la teoría de la relatividad, Mr. Tompkins cómo no se sube a una bicicleta desde la que observa como los objetos cambian su forma y tamaño en función de la velocidad a la que él pedalea.
Pero además de servir como analogía, la bicicleta ha resultado un prolífico objeto de investigación científica: los neumáticos fueron inventados por John B. Dunlop, quien aparentemente había prometido a su hijo «fabricar las llantas más rápidas del mundo» para su triciclo. El sistema de cambios de velocidad de las bicis fue utilizado como punto de partida para el de los automóviles. Los mismo sucedió con el mecanismo diferencial, la dirección o los ejes giratorios, con importantes repercusiones en diversos campos de la investigación científica, como: ingeniería de materiales, cinemática, aerodinámica, dinámica, neumática,
Actualmente la bicicleta es un punto neurálgico en el debate sobre el futuro de las ciudades. Esa «máquina de actualidad y porvenir» de la que hablaba Horacio Quiroga, es el resultado de la curiosidad y la imaginación de inventores de diferentes épocas y lugares, quienes durante casi 200 años han buscado la manera de viajar de forma sencilla, rápida y segura. «Vendrán grandes perfecciones en los modernos medios de locomoción» -señalaba Quiroga a finales del siglo XIX- «vendrán los automóviles ideales, submarinos, globos dirigibles, todo lo que se quiera y es digno de nuestro adelanto y entusiasmo; pero condensar en un casi juguete los medios de gran movilidad, de gran sport, de gran diversión y de gran ejercicio, es el postrer esfuerzo de este siglo, tal vez impotente para producir otro semejante.»
Aunque en lugares como Manhattan, ciudad del vecino país norteño donde la bicicleta es un elemento constante, suelen decir que «existen dos tipos de ciclistas en Manhattan: el que es rápido y el que está muerto».
Vía: La jornada Jalisco
P.D. Estepona, 31/1/09. Después de un paseo en bici junto a unos amigos, una cervecita en este marco espectacular de la Playa de la Rada
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